Universos paralelos

Baste decir que, en estos días, movimientos feministas, compuestos exclusivamente por mujeres, se han gestado en la sociedad como respuesta a la situación cada vez peor a la que se enfrentan muchas mujeres. Hablemos de México.

Por todas partes, corren noticias de mujeres que sufren agresiones sexuales y hasta secuestro —o intentos de secuestro— en lugares públicos, bajo la mirada cómplice de la autoridad, o rodeadas de personas —hombres y mujeres— que pueden hacer poco o nada para impedirlo. El pánico se ha apoderado de ellas, pero también de nosotros los hombres, quienes no sólo tenemos hermanas, madres y abuelas, sino que, en la mayoría de los casos, somos personas a quienes los abusos nos afectan como a cualquier ser humano sensible y normal.

Baste decir que la indignación por la violencia y los abusos ejercidos principalmente sobre las mujeres, puede tener cabida tanto en una persona del sexo masculino como del femenino. Baste decir, también, que los perpetradores de esta violencia no son, ni mucho menos, exclusivamente hombres. Multitud de reportajes de los medios señalan a mujeres inmersas en organizaciones delictivas que se dedican a robar, secuestrar y violar a mujeres, sin cuya complicidad y participación activa no podría llevarse a cabo tanto daño, tanta vejación. Las consignas que ciertos grupos femeninos, compuestos sólo por mujeres, hacen suyas no son, por tanto, siempre realistas. Permítame explicarme. Pero antes, quiero dejar claros algunos puntos en los que me baso para tener una opinión.

Que las mujeres se organicen para protegerse, me parece admirable y digno de celebrarse. Lo mismo hicieron otros grupos minoritarios que vieron sus derechos humanos repetidamente pisoteados por autoridades e iguales en el mismo grado. Como los negros a mediados del siglo pasado en E.E. U.U. O como deberían haberlo hecho las centenas de grupos indígenas en el siglo pasado, por lo menos, y en este siglo, en México. Que las mujeres se apoyen y denuncien a sus acosadores, creo que es también de admirarse y muy necesario: nadie puede agradecer lo suficiente que otra persona de su mismo sexo o que pertenezca al mismo grupo social afectado, lo comprenda y le tienda la mano en lugar de juzgarlo o imputarle motivos ocultos y disparatados. No obstante, quiero dejar claro esto: que yo sea hombre no me impide opinar sobre lo que hagan las mujeres, es absurdo, incluso, que me lo pidan. Como absurdo ha sido que religiones y gobiernos de hombres hayan impedido ejercer su opinión a mujeres de todas las edades durante milenios. Ojo: no estoy considerándome una víctima sistemática de la sociedad, como creo que, en muchos casos, lo han sido las personas del sexo femenino en distintas épocas. Simplemente, estoy ejerciendo un derecho que toda persona, independientemente de su sexo, debe tener en una sociedad participativa, democrática y libre.

¿Qué pienso? Que en su lucha y justa indignación algunas mujeres han errado en la forma en que se agrupan para hacer frente a la violencia que, digámoslo así, proviene principalmente de personas del sexo masculino. No, pensar así no me convierte en un machista. Discrepar de los modos de actuar de hombres o mujeres no me convierte en un ciego, pelmazo o insensible. Ningún hombre debería ser excluido de la organización en grupos que tienen como propósito proteger a los más vulnerables.

¿Por qué pienso así? No faltará la mujer que diga que porque no he leído nada de género. Es falso. Más importante que el que yo haya leído o no, es el hecho de que las víctimas de estos actos deleznables son hombres y mujeres. Además del dolor de los padres de saber desaparecida a su hija, muchas veces los hijos varones, si los tienen, deberán sufrir a la par de su madre que ha sido violada y humillada de las más crueles formas, sin poder hacer nada para salvarla de las garras de hombres y mujeres delincuentes, animales. Niños, niñas y mujeres jóvenes son víctimas de la trata, el secuestro y la venta de órganos, por citar algunas de las atrocidades que prevalecen hoy en día.

Nadie, absolutamente nadie debería ser ridiculizado por pensar diferente. Movimientos de mujeres que sólo consideran a los hombres —a algunos hombres, los que piensan exactamente como ellas— como aliados, pero no como miembros, fallan en tanto se sostienen en una premisa endeble: que todas las mujeres piensan, o deberían, pensar igual. Pero también, quizá sin proponérselo, ponen un muro entre ellas y los hombres —los que piensan como ellas y los que no—. «Hombres, son bienvenidos», rezan, pero «la lucha es nuestra». Tristemente, la lucha no es de las mujeres, es de todos: hombres y mujeres. Y, sin embargo, no se dará en el terreno del hashtag ni en el de Facebook, sino en el de las leyes y su aplicación. La verdadera victoria no llegará cuando todas las mujeres mexicanas estén unidas —eso nunca va a pasar—, sino cuando logremos presionar a nuestros gobiernos para que apliquen la ley con severidad con aquellos que las están matando… Pero también con aquellas que las están matando, y aquellos y aquellas que nos matan a todos.

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